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Martes Santo, 15 de abril de 2003. Número 41

 

 

Saludo a los hermanos

P. Fortunato Pablo

Prior Provincial

Queridos hermanos:

Les escribo desde Venezuela. Acabo de terminar la visita a las comunidades de Caracas y la continúo por los ministerios del interior: Maracay, Barquisimeto, Palmira, San Cristóbal, Maracaibo y Coro. También el tiempo litúrgico nos invita a la interioridad para poder celebrar con gozo la gran fiesta de la Pascua.

Me resulta poco menos que imposible escribir desde Venezuela, y no referirme a una nación en la que los agustinos recoletos tenemos raíces centenarias. Por otra parte, advierto que es muy difícil escribir sobre Venezuela sin aludir a su actual situación sociopolítica. Para consuelo de los hermanos de la provincia San José y de los familiares de los religiosos que aquí evangelizan, les diré que sus seres queridos están bien. Es cierto que los dos meses de huelga, cargados de inquietud y zozobra, han afectado más o menos directamente a todos, y que como la mayoría de los ciudadanos ellos han tenido dificultades para conseguir combustible. Estadísticas recientes aseguran que el 80% de la población vive en estado de miedo.

Estos días ha llegado a mis manos una publicación del religioso Pedro Trigo SJ, que analiza con profundidad la situación venezolana. De aquélla tomo alguna de las siguientes reflexiones. Gracias a la universalización del voto y de la educación, en Venezuela íbamos en la dirección de la convergencia y del encuentro; sin embargo, desde hace más de veinte años caminamos en dirección opuesta: ha ido abriéndose una brecha cada vez más acentuada no sólo en los recursos económicos sino en la capacitación y posicionamiento, que son los modos actuales de acceder a los recursos.

Reconocer a los otros implica hacerles lugar en el país y, para ello, encogernos nosotros. Hemos de cerrar el corazón a tanto ruido, debemos hacer silencio para empezar a escuchar la realidad, que es más grande que un partido, que una ideología, que una clase social, que un grupo, sea éste el de los unos o el de los otros.

Para lograr la aceptación del otro, sea persona o grupo, disponemos de la palabra como puente tendido. Contamos también con el estilo que Jesús presenta en el evangelio. Él proponía horizontes de plenitud, que en eso consiste el designio de Dios para la humanidad. Y luego señalaba los caminos que conducen hacia ella y se brindaba a ayudar en el camino. El grado de humanidad de una sociedad se mide por la proporción entre el uso de la palabra cargada de peso y razón, y el empleo de la fuerza. Si predomina la palabra y la fuerza es residual, esa sociedad es muy humana. Mas, si la fuerza lleva la voz cantante, hasta el punto de que la palabra se utilice como arma arrojadiza y no como puente tendido, esa sociedad irá muy mal, no podrá seguir así porque estará deshumanizada.

Desgraciadamente hoy en nuestro país predomina la fuerza, y está ahogada la palabra. Hemos de empezar a rescatarla en la vida cotidiana: en la familia, entre los amigos, en el trabajo. Tenemos que cuidar la palabra como algo sagrado, pues lo es. Deberemos cultivar el arte de combinar palabras para lograr un verdadero diálogo, en el que no habrá palabras tuyas o mías, sino de nosotros. Desde esa costumbre de ser personas de palabra, podremos emplearla para discutir nuestras deficiencias políticas. Y a cuantos hoy utilizan la palabra como arma, habremos de recordarles que no se olviden de su alma, que no se deshumanicen, que aún es tiempo.

Agradezco al padre Trigo que me haya echado una mano en este saludo.

 

 

 

 

   


Colegio Cristo Rey (Caracas)

Colegio Santo Tomás

Escudo San Millán

 

 

 

 

 

 

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