Saludo a
los hermanos
P.
Fortunato Pablo
Prior
Provincial
Queridos hermanos:
Les escribo desde
Venezuela. Acabo de terminar la visita a las comunidades de Caracas y la
continúo por los ministerios del interior: Maracay, Barquisimeto, Palmira,
San Cristóbal, Maracaibo y Coro. También el tiempo litúrgico nos invita a la
interioridad para poder celebrar con gozo la gran fiesta de la Pascua.
Me resulta poco menos que
imposible escribir desde Venezuela, y no referirme a una nación en la que
los agustinos recoletos tenemos raíces centenarias. Por otra parte, advierto
que es muy difícil escribir sobre Venezuela sin aludir a su actual situación
sociopolítica. Para consuelo de los hermanos de la provincia San José y de
los familiares de los religiosos que aquí evangelizan, les diré que sus
seres queridos están bien. Es cierto que los dos meses de huelga, cargados
de inquietud y zozobra, han afectado más o menos directamente a todos, y que
como la mayoría de los ciudadanos ellos han tenido dificultades para
conseguir combustible. Estadísticas recientes aseguran que el 80% de la
población vive en estado de miedo.
Estos días ha llegado a mis
manos una publicación del religioso Pedro Trigo SJ, que analiza con
profundidad la situación venezolana. De aquélla tomo alguna de las
siguientes reflexiones. Gracias a la universalización del voto y de la
educación, en Venezuela íbamos en la dirección de la convergencia y del
encuentro; sin embargo, desde hace más de veinte años caminamos en dirección
opuesta: ha ido abriéndose una brecha cada vez más acentuada no sólo en los
recursos económicos sino en la capacitación y posicionamiento, que son los
modos actuales de acceder a los recursos.
Reconocer a los otros
implica hacerles lugar en el país y, para ello, encogernos nosotros. Hemos
de cerrar el corazón a tanto ruido, debemos hacer silencio para empezar a
escuchar la realidad, que es más grande que un partido, que una ideología,
que una clase social, que un grupo, sea éste el de los unos o el de los
otros.
Para lograr la aceptación
del otro, sea persona o grupo, disponemos de la palabra como puente tendido.
Contamos también con el estilo que Jesús presenta en el evangelio. Él
proponía horizontes de plenitud, que en eso consiste el designio de Dios
para la humanidad. Y luego señalaba los caminos que conducen hacia ella y se
brindaba a ayudar en el camino. El grado de humanidad de una sociedad se
mide por la proporción entre el uso de la palabra cargada de peso y razón, y
el empleo de la fuerza. Si predomina la palabra y la fuerza es residual, esa
sociedad es muy humana. Mas, si la fuerza lleva la voz cantante, hasta el
punto de que la palabra se utilice como arma arrojadiza y no como puente
tendido, esa sociedad irá muy mal, no podrá seguir así porque estará
deshumanizada.
Desgraciadamente hoy en
nuestro país predomina la fuerza, y está ahogada la palabra. Hemos de
empezar a rescatarla en la vida cotidiana: en la familia, entre los amigos,
en el trabajo. Tenemos que cuidar la palabra como algo sagrado, pues lo es.
Deberemos cultivar el arte de combinar palabras para lograr un verdadero
diálogo, en el que no habrá palabras tuyas o mías, sino de nosotros. Desde
esa costumbre de ser personas de palabra, podremos emplearla para discutir
nuestras deficiencias políticas. Y a cuantos hoy utilizan la palabra como
arma, habremos de recordarles que no se olviden de su alma, que no se
deshumanicen, que aún es tiempo.
Agradezco al padre Trigo
que me haya echado una mano en este saludo.