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Martes Santo, 15 de abril de 2003. Número 41

 

 

Medicinas usadas:

¿Qué hacer con ellas?

 

ENTREVISTA

A través de esta conversación deseamos dar a conocer el trabajo del que se benefician los muchos que acuden a los dispensarios de las parroquias agustino-recoletas en Perú. El origen e impulso están en la ciudad de Salamanca, gracias al coraje y dedicación de Ana García y Marisa Sánchez. Ellas se encargan de promocionar la recogida, clasificar y empaquetar los medicamentos y alimentos infantiles, que desde nuestro Colegio Santo Tomás de Villanueva se envían a Perú.

¿Dónde vivís y cuál es vuestro trabajo?

— Vivimos en Salamanca, ciudad universitaria, llena de arte y muy visitada, especialmente durante el año 2002, por haber sido Ciudad europea de la cultura. Marisa hizo la carrera de turismo y trabaja en hostelería. Ana cursó la carrera de enfermería y trabaja en un hospital de la ciudad.

¿Cómo surgió vuestra relación con los agustinos recoletos?

— Mi primer encuentro con los agustinos recoletos —dice Ana— tuvo lugar en 1978, en la comunidad de cursillos de cristiandad, en la que participaba como dirigente el padre Pedro Merino. Marisa dice que nos conoció a través de Ana, en encuentros casi anecdóticos, a propósito de visitas a las casas de San Millán de la Cogolla, Logroño y Madrid. Todo esto fue preparando el terreno para una relación más estrecha a partir de 1997, cuando ambas decidieron asumir la responsabilidad de recoger, clasificar y preparar medicinas para enviarlas a Perú.

Estos envíos mantienen un ritmo constante y sabemos que nuestros dispensarios parroquiales en Perú agradecen este gesto de solidaridad. ¿Cómo surgió esta idea?

— La iniciativa surgió el año 1997. El padre Juan Ángel Nieto —contesta Ana— por su cargo de prior provincial, conocía la situación en Perú. Como algo muy relacionado con el campo de la enfermería, me propuso colaborar en esta iniciativa. La condición de enfermera me facilitaba el trato con los profesionales de la salud. Pero tampoco era cuestión de que lo realizara yo sola, sino juntamente con otras personas. Desde el primer momento se unió al proyecto Marisa, que siempre ha sido sensible en temas de solidaridad.

¿Cómo conseguís los medicamentos?

— Esto sí que es casi milagroso. Cuando comenzamos —habla Marisa— vimos casualmente en una parroquia una hoja informativa en la que se daba relación de los kilos de medicamentos que los jesuitas habían enviado a distintos países donde tienen misiones. Nos sorprendió la cantidad de kilos conseguidos y enviados, en comparación con los que en ese momento manejábamos nosotras. Ello fue un revulsivo para nosotras, e inmediatamente pusimos todo nuestro esfuerzo e imaginación para conseguir más medicinas. Y comenzamos por la farmacia de nuestra zona. El responsable acogió muy bien la idea y nos permitió colocar un cartel donde invitábamos a depositar medicamentos para Perú. Como eso todavía nos parecía poco, iniciamos contactos con centros de salud, maestros y profesores de varios colegios de la capital y de pueblos cercanos en los que organizan una campaña anual para la recogida de medicamentos. Estamos muy satisfechas de los resultados, ya que la gente ha respondido con gran sentido de solidaridad.

¿Dónde y cómo se reparten las medicinas?

— Hay una estructura perfectamente organizada. La cadena comienza en la gente buena de Salamanca, y termina en los dispensarios médicos de varias parroquias dirigidas por los agustinos recoletos en Perú. La primera labor consiste en seleccionar los medicamentos, excluir los que ya han caducados o caducarán dentro de poco, y clasificarlos por especialidades. Dispuestos en cajas, los agustinos recoletos del colegio Santo Tomás de Villanueva los llevan a su casa provincial de Madrid, donde continúa el proceso para el envío inmediato a Perú. De este modo, las medicinas en algo más de mes pueden encontrarse en su destino, que son los dispensarios médicos parroquiales de Lima, Arequipa, Chiclayo y Chota. El vicario provincial, actualmente el padre José Miguel Lerena, tiene confiado la distribución de los medicamentos a la atención diligente de doña Ana María, terciaria de la Orden.

Muchas personas, a la hora de colaborar con estas iniciativas, pueden sospechar que la ayuda no llega a su destino. ¿Hay garantías de que los necesitados reciben esta ayuda?

— Jamás hemos imaginado que las medicinas y alimentos infantiles no lleguen a su destino. Nos consta que una vez en Madrid, sin pérdida de tiempo, los paquetes son llevados al departamento de carga de la empresa que los transporta. Sabemos además que en Lima están avisados para proceder inmediatamente a la retirada de los paquetes y efectuar cuanto antes la distribución entre los distintos consultorios médicos parroquiales.

¿Cómo valoráis vuestra colaboración?

— Estamos convencidas de que los medicamentos y alimentos infantiles enviados son de gran utilidad. A veces pensamos qué haríamos nosotras sin una pastilla para el dolor de cabeza. No nos preocupa el que algunas cajas nos lleguen medio vacías. Al hacer la clasificación, las vamos completando. Hacemos esta trabajo con ilusión, porque esta cadena de solidaridad nos parece importante y muy útil para las personas que son aliviadas, cuando carecen de recursos para comprar los medicamentos.

¿Tenéis referencias de cómo agradecen en Perú vuestro gesto?

— Aunque no lo hacen directamente los enfermos, sí nos han llegado varias cartas de agradecimiento por parte de los superiores y párrocos de las comunidades de los agustinos recoletos, escritos que en ocasiones vienen acompañados de algún detalle típico. Desde aquí les agradecemos a todos su delicadeza.

¿Qué medicinas son las más solicitadas?

— La verdad es que todo les sirve, y a cuanto enviamos le dan salida provechosa. Prioritarios son los antibióticos, analgésicos y lo relacionado con el aparato respiratorio. Últimamente estamos incluyendo alimentos infantiles, que son de gran ayuda para familias pobres.

¿Alguna anécdota?

— Nos parece que la anécdota más curiosa somos nosotras mismas. Lo entenderíais mejor, si nos vierais entrar en la oficina que tenemos a nuestra disposición en el colegio Santo Tomás de Villanueva. Nada más entrar, abrimos bien los ojos para ver el motón de medicamentos que nos esperan, y sin pérdida de tiempo comprobamos si son pocos los medicamentos ya caducados. Nuestra cara de satisfacción está para una foto, cuando al final pesamos las cajas con medicamentos listos para enviar. Eso nos emociona. Marisa lleva el recuento de días, número de paquetes y kilos enviados. Esto va creando adicción, pero laudable.

¿Tenéis proyectado algún viaje para conocer los ambientes y a las personas a las que llegan las medicinas?

— De momento no pensamos en ningún viaje a Perú, pero tampoco lo descartamos.

¿Cuál es vuestra relación con quienes os entregan los medicamentos y alimentos infantiles?

— Procuramos agradecer su colaboración, al menos por medio de una carta. Como muchas veces no la esperan, les encanta y llena de satisfacción. En los colegios que colaboran nos consta que se la leen a los niños, para que vean cómo agradecen su esfuerzo Es una forma de educarlos en sensibilidad hacia los valores humanos. De este agradecimiento se encarga el padre Pedro Merino.

Esta entrevista la leerán muchas personas en los distintos países en los que estamos los agustinos recoletos. ¿Algo para ellas?

— A las personas que lean esta entrevista les aseguramos que merece la pena implicarse en proyectos como éste; que se animen y, si tienen posibilidades de hacer algo semejante, lo hagan. Así podremos llegar a más personas necesitadas. Aunque tengan que invertir horas de tiempo libre, resulta gratificante. Sepan quienes esperan o reciben nuestra colaboración que estamos siempre atentas a cualquier sugerencia o petición, y que en la medida de las posibilidades intentaremos ayudarles. A los que conocemos, en este caso religiosos agustinos recoletos que han pasado por Salamanca, les hacemos llegar nuestro cordial saludo.

No nos hace falta ninguna pregunta para reconocer que, en el colegio Santo Tomas de Villanueva de Salamanca, nos encontramos como en nuestra propia casa. Nos acogen con cariño y procuran que no nos falte algo con que endulzar nuestro trabajo. Son detalles que también agradecemos, al igual que el habernos ofrecido la oportunidad de hablar sobre una actividad que forma parte de nuestra vida.

P. Pedro Merino. z

 

 

 

 

   


Colegio Cristo Rey (Caracas)

Escudo San Millán

 

 

 

 

 

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