Los bienes culturales aparecen
distribuidos por periodos históricos. Una nómina que arranca
en los principios de la humanidad (Atapuerca, Altamira) y
que termina en los albores del siglo XX (el Modernismo
barcelonés). En atención a su momento de máximo esplendor y
a su vinculación con el nacimiento del idioma, los
monasterios emilianenses ocupan ocho páginas (de la 90 a la
98), en el epígrafe dedicado a las centurias previas al año
mil.
Como todos los capítulos, el dedicado a San Millán también
lleva una cita literaria; en este caso, atribuida a otro
santo, Eugenio: «Quien de penas, de culpa triste vida/ o
fiebre mortal se ve oprimido,/ a este templo acuda
presuroso/ y, deponiendo angustias, tendrá alivio./ En él
triunfa Millán, que es vida, padre,/ esperanza y tutela de
afligidos». Además de algunas fotografías tradicionales, el
libro sorprende por las imágenes tomadas con visión de 360
grados: estancias como la Biblioteca o el Salón de los Reyes
(ambas en Yuso) se ofrecen a la vista desde todas las
perspectivas, con cierta realista deformidad. Los textos,
entre tanto, resumen la historia del santo y su legado
espiritual, cuajado en las piedras mozárabes de Suso. El
libro deja pinceladas sobre ambos monasterios: el uno,
«pequeño templo de misticismo sobrecogedor»; el otro,
construcción «impresionante» erigida en estilo herreriano.
Los autores no ignoran que San Millán no sólo ha merecido el
galardón de la Unesco por sus virtudes arquitectónicas,
sino, sobre todo, por su estrecha vinculación con los
orígenes del castellano. Además de ensalzar la importancia
de la biblioteca de Yuso, «sin duda una de las mejores de la
España monasterial», se reproduce el contenido de las Glosas
Emilianenses, primer texto romance con trabazón literaria. Y
el libro reproduce el viejo entusiasmo de Dámaso Alonso: «El
monje riojano estaba anotando un sermón de San Agustín. En
las palabras finales le ha apretado la devoción dentro del
pecho. La última frase latina la ha traducido íntegra y la
ha amplificado añadiendo lo que le salía del alma».
Junto con el libro, un DVD amplía la información y ofrece
una visita virtual de los monumentos. Y abre el apetito para
realizar una visita real.