IN
MEMORIAM
Manolo
Acarreta
religioso
y educador
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Santiago
Riesco
MADRID
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Sólo
tenía 32 años. El pasado 16 de agosto fallecía en
Fitero (Navarra) el joven agustino recoleto Manuel
Acarreta Rupérez. Desde los 18 años residía en
Salamanca, donde cursó sus estudios de teología, fue
ordenado sacerdote, y cumplía la misión de educar a los
jóvenes y adolescentes que estaban bajo su
responsabilidad en el internado del colegio Santo Tomás
de Villanueva. |
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Manolo
iba todos los años a recoger las peras a su pueblo, Fitero, en la
ribera del Ebro. Dedicaba parte de sus vacaciones, desde que era
niño, a echar una mano en las labores del campo. Allí resucitó,
acompañado de su padre Manuel y de su madre Carmen. A todos nos
sorprendió su partida. Él, que siempre llegaba a cada uno de sus
compromisos apurando las agujas del reloj. Él, que había dejado
de fumar y que seguía haciendo deporte un par de veces por
semana. El joven director del internado de los agustinos
recoletos, el amigo de pelo rebelde y corazón inmenso. Y se fue
cerrando la puerta despacio, durmiendo, dejándonos una gran
interrogación, como queriendo adelantarse por una vez para
indicarnos el verdadero camino de la vida.
Manolo
no se guardó nada mientras estuvo entre nosotros. Su voz era
oración en la liturgia y alegría en la fiesta. Sabía cantar y
lo hacía con gusto para que los demás disfrutásemos de ese don.
Tocaba la guitarra, el órgano, la bandurria..., no escatimaba una
nota con tal de crear un clima de hermandad. En el deporte siempre
destacó. Era un magnífico centrocampista con vocación ofensiva,
que dirían los periodistas deportivos. Siempre fiel a su
"pobre Osasuna", el equipo de su tierra, aunque tras
catorce años en Salamanca también se alegraba con los triunfos
de la "Unión". Manolo era buen músico, un gran
deportista y un fenómeno en los estudios. Estaba especialmente
dotado para las matemáticas y la física, pero también sobresalía
en el resto de las materias.
Los
que tuvimos la suerte de compartir nuestra vida con él siempre le
recordaremos por sus tics, por sus dejes, por sus manías. Esas
frases que repetíamos con él riéndonos a carcajada limpia. Esos
momentos de fiesta de los que tanto disfrutaba compartiendo con
hermanos de comunidad y amigos. Su disposición y servicialidad,
sus arranques, su pasión en cada uno de los proyectos que acometía.
Manolo no se perdía la boda de ninguno de sus amigos, estaba
presente en cada uno de los momentos importantes de la vida de los
que le rodeaban. Tenía una palabra de paz y sosiego para el
atribulado, y siempre guardaba una anécdota simpática en la
manga para alegrarle el día a cualquiera.
Los
chicos a los que dedicaba su vida acudían a su despacho en busca
de orientación. Era un padre con todas las letras, un hermano
mayor, un amigo. El espejo en el que se miraban los adolescentes y
jóvenes. Porque Manolo estaba convencido de la necesidad y la
importancia de la educación. Desde que recibió la ordenación
sacerdotal ayudó en la atención de las capellanías de dos
comunidades de religiosas. Las Teresianas y las "Azules"
(Hijas de María Madre de la Iglesia) contaban con su atención
espiritual todos las semanas. Un tiempo que le robaba a sus chicos
para hacer presente a Dios en las eucaristías que celebraba,
consciente de su papel al servicio de los hermanos.
Manolo
era un hombre auténtico, directo, noble, artista, leal, de los
buenos. Un religioso que aportaba lo mejor de sí para hacer
comunidad, un sacerdote que no hablaba de lo que decían los
libros, de lo que había aprendido en sus años de universidad.
Manolo había vivido al límite. Su experiencia personal, su
encuentro con Jesús de Nazaret, su conversión definitiva le
convertían en un ser de fuerte personalidad. Manolo, como san
Agustín, había buscado inquieto la felicidad. Y la encontró
tras mucho peregrinar. Las oraciones de su madre, Carmen, algo
tuvieron que ver. Al final, el que menos se pensaba que iba a
perseverar, ha sido fiel hasta el final.
Estamos
seguros de que ha resucitado, de que se le habrá escapado algún
juramento piadoso al encontrarse con el Padre, de que sigue acompañándonos
desde un lugar privilegiado, de que está preparándonos un buen
sitio mientras canta jotas navarras y salmos inspirados. Manolo
está vivo y nos ha dejado un interrogante tatuado en el pecho,
una pregunta que sólo tiene respuesta en su vida. Tan corta. Tan
llena. Un alarde de generosidad vivido a cada instante con la
velocidad que tanto le apasionaba, con la paz interior que a todos
contagiaba. Gracias por tu ejemplo. Gracias por espabilar nuestra
fe dormida. Gracias por tu vida.
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43
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San José. Agustinos Recoletos 2003
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