IN
MEMORIAM MANOLO ACARRETA
Si
está Manolo,
estamos
todos
|
Felixmi
SALAMANCA
|
Siempre
hemos bromeado sobre tu costumbre de llegar el último a los
sitios, tras apurar al máximo lo que estuvieras haciendo antes.
Pues esta vez has sido el primero en irte; pero eso sí, a tus 32
años has sabido vivir sacándole el jugo a la vida. Cuando pienso
en ti —por suerte he tenido el privilegio de compartir contigo
muchos años— se me amontonan tus recuerdos:
Te
recuerdo bromeando con expresiones típicas de Fitero, tu pueblo
de la ribera Navarra. Te recuerdo todavía adolescente en el
colegio de Logroño, con tus pelos de punta engominados, tus
vaqueros negros, tus zapatillas blancas y tu camiseta negra. Eran
los años ochenta, de Ilegales y Kortatu.
Te
recuerdo tomándote tu proceso vocacional muy en serio, con dudas,
con ilusiones, con renuncias familiares, afectivas y personales,
mas siempre incansablemente intentando buscar tu lugar en el
mundo. Durante años te dejaste guiar por tus formadores; bueno,
en ocasiones —todo hay que decirlo— eras bastante rebelde— :
por Rebolleda, por Lucilo y por Juan Ángel. De este modo, tras
seis años en Logroño, Manolillo, el niño de los pelos
indomables, se fue convirtiendo en Acarreta, el joven inquieto y
profundo.
Te
recuerdo, tras un año de intenso noviciado, profesando en
Monteagudo, y ratificando tu consagración a la vida religiosa
como agustino recoleto con la profesión solemne en Salamanca, y
cuando apenas hace cinco años eras ordenado sacerdote en
Salamanca. Durante estos años de vida en comunidad te acompañaron
Goyo, Santi, Pablo, Enrique, Ignacio, Pedro, Javi, Rafa, Eduardo,
Félix, Sixto... Ya sabes, los hermanos mayores y menores con los
que reír y llorar, coincidir y discrepar, hablar y escuchar... ¡Tu
gran familia!
Te
recuerdo jugando incansablemente al fútbol. Por cierto, todos
reconocen que eras un buen centrocampista. De hecho, te fichó un
club histórico como era "El Roque". Ya sé que mejor
hubiera sido fichar por Osasuna, pero eso ya es harina de otro
costal. Y cuando no salía gente suficiente para organizar un
partido, siempre te quedaba el recurso de ir corriendo hasta el
Helmántico y vuelta para atrás.
Te
recuerdo con la guitarra, enseñando música, dirigiendo los
ensayos, —ardua tarea—, acompañando ceremonias con tu música
y tu solemne voz. Para la posteridad quedará aquel cancionero de
tapas rojas que tantos esfuerzos te costó. En música, como en el
resto de tu vida, lo tenías claro y así me lo contabas: "Da
gratis lo que has recibido gratis."
Te
recuerdo entusiasmado con tu proceso de autoconocimiento psicológico
y personal, que te ocupó más de tres años: siempre te ha atraído
ahondar en la psicología humana; de hecho, me pedías que te
sacara libros de la biblioteca de la facultad, y tú los
estudiabas con avidez.
Te
recuerdo escuchando a los demás, guardando la confidencialidad de
todos los que acudían a tu habitación a charlar contigo, preocupándote
por las inquietudes de los otros, respetando los ritmos de las
personas, contagiando paz, relativizando tus propias vivencias y
angustias. Famosa era tu frase: ¿Quién dijo miedo… mientras
haya hospitales?
Te
recuerdo ilusionado y entregado en sacar adelante el proyecto
educativo del colegio Santo Tomas de Villanueva, de Salamanca,
apostando por acompañar a adolescentes y a jóvenes que en muchas
ocasiones venían de otros colegios donde no habían creído en
ellos.
Te
recuerdo agustino recoleto, sacerdote y focolarino, equilibrando
los diversos carismas eclesiales, y poniéndolos al servicio de tu
seguimiento de Jesús de Nazaret.
Te
recuerdo hablando con enorme cariño de tu madre, Carmen, una
mujer de fe y de gran corazón; de tu padre, Manuel; de tu
hermana, Presen; de tu cuñado, Santi, y de tu sobrina, Tamara. Y
al mismo tiempo que compartías el amor de tu familia, te
preocupabas al máximo de la familia de los demás.
También
recuerdo tus ganas de disfrutar de la vida, de saber divertirte.
Te recuerdo rodeado de Maxi, de Chema, de María, de Ángel, de
Tere, de Pepe, de Irene, de Judit, de Arellano..., de tantas
personas que disfrutaron de tu cariño.
Te
recuerdo presidiendo la ceremonia de nuestro matrimonio, regalándonos
una bella homilía, cantando en el banquete y contándole a María
cómo tu hermana Presen te había asesorado en Zaragoza a la hora
de comprarte el elegante traje verde que llevabas.
Te
recuerdo montado en la motocicleta roja, con la cazadora roja y el
casco rojo: parecías un repartidor de pizzas. Pero no, ibas
seguramente a clase porque llegabas tarde, o a dar ejercicios a
las religiosas, o a buscar medicinas a la farmacia. ¡Cuánto te
van a echar de menos todos los enfermos a los que tan cariñosamente
has cuidado!
Te
recuerdo trabajador, cambiando bombillas y enchufes, pintando a
rodillo los claustros del colegio, limpiando habitaciones y
haciendo camas, lijando puertas, cambiando persianas, cortando y
podando en el jardín, y, en honor a la verdad, disfrutando tras
la tarea realizada de una buena siesta.
El
último recuerdo que tengo es de pocos días antes de tu
fallecimiento, en una parrillada que compartimos los amigos y
amigas en el jardín del colegio. Recuerdo lo que nos reímos
bromeando sobre las gafas rojas que te habías comprado para hacer
deporte y rememorando tiempos pasados.
Ahora
te has ido, y lo has hecho igual que viviste: de forma callada, en
silencio, sin darte importancia. Los que te hemos conocido sabemos
que hemos sido privilegiados por haber compartido nuestra vida con
una persona de una gran humanidad.
Manolo,
ya no habrá más recuerdo que ir acumulando. Ya no habrá más
"manoladas". Y, al pensar en lo que ha sucedido, no
puedo evitar la tristeza. Ya sé lo que tú me dirías: Los planes
de Dios no son nuestros planes. Sé que eres un hombre de fe, pero
a mí me sigue resonando constantemente la pregunta: ¿Por qué,
Manolo?
Número
43
Página
principal
Portal
recoletos
Enlaces
Libro
de visitas
©
Recortes-2 digital
Provincia
San José. Agustinos Recoletos 2003
|